
Hace tanto que escribí un relato que trata
de una muchacha de lento andar
-él la acompañaba de noche a casa
por una calle tan ancha tan ancha
que aún dentro de la ciudad
se podían ver las estrellas (resbalaban
las estrellas, decía él. He aquí, Adebarán.
Si ella preguntase cuál de aquellos brillos
era Aldebarán, él habría podido decirle:
cualquiera.)
Pienso que era muy callada;
años más tarde se me ha dicho
que la muchacha del relato era un ser real
y que ha muerto de cáncer. Pero yo he sabido
que su historia no era más que una transcripción.
Pienso que él hubiera deseado quererla mucho.
Han transcurrido tantos años desde aquel entonces.
Ahora es una mañana de lluvia sucia,
Encima de estas casas altas y parduzcas.
Paso por delante del edificio, donde
hace una vida, durante una noche
él le ha besado la mano. Él ha muerto
poco después-ella años más tarde.
(Mircea Ivanescu)