Monday, October 16, 2006

La solución del problema se convierte en el problema...


Esta ciudad, mi ciudad, lleva años dividida, escindida. Se ha vuelto loca, tiene doble personalidad. El muro de Berlín está hecho de trenes de cercanías, de mercancías, de vías que serpentean, que dividen barrios, dejándolos huérfanos, a ambos lados de las vallas, a ambos lados del metal urgente y rápido. El sur de la ciudad se ahogaba con ese río de hierros que lo asfixian. Las comunicaciones en apenas unos metros resultan imposibles, es necesario un rodeo hiperbólico para atravesar la ciudad, para moverse en ella, para respirar algo que no sean esquirlas de aislamiento.
El tren ha vuelto loca a esta ciudad. O acaso estaba ya loca antes y el tren solo sea un síntoma de su psicosis, porque es un medio eficaz que nos comunica y nos acerca a otros núcleos, a la periferia, a la lejanía. Pero tal y como está construido, tal cómo ELLOS lo han construido es una bufanda que asfixia y separa.
Se habla del enterramiento de las vías y de la construcción del Parque Central desde que mi padre era un niño. Y parece que por fin se deciden, pero no por erradicar las cadenas urbanísticas, sino como una estrategia dirigida al puro pelotazo de las constructoras. Aún así, podría ser lo que esta ciudad esta necesitando, siendo realistas, no se puede uno sustraer del poder del Imperio del Ladrillo. Pero, ¿se hará bien? ¿Habrá un buen planeamiento? ¿Hay un criterio urbanístico tras esta operación? ¿O acabará todo convertido en bloques de pisos rodeados de jardines, mientras los barrios situados a los bordes del Parque continuarían degradándose...?
Yo no tengo la respuesta, solo me hago preguntas. Pero recuerdo que el proyecto de una carretera en el lecho del río Turia (hoy un parque y el único eje verde de la ciudad, Viveros y Botánic aparte) no es tan lejano, y no fue fácil que fuera finalmente desechado como la barbaridad urbanística que era...

Sunday, October 01, 2006

Lumiere in the Sky


La ciudad también estaba hecha de decenas de pantallas, en blanco y negro, que eclosionaron en flores de múltiples colores, llenas de la vida que quedaba lejos de las calles embarradas. La ciudad soñaba a través suyo, y los cines de barrio nos vendían esos sueños manufacturados a nuestros ojos llenos de abismo.
Poco a poco la ciudad se fue vaciando de sueños. Complejos comerciales acaparaban pantallas en criptas atestadas de anuncios de móvil y palomitas de maíz. Los barrios se quedaron huérfanos de sueños, y tuvimos que imaginarnos las películas como pudimos, o verlas en las pequeñas pantallas de nuestros habitáculos.
Había muerto una época, comprendí, cuando cerraron el Tyris, donde ví de pequeño La Historia Interminable. Inmediatamente murieron el Acteón y el Martí.
La calle de los cines, de los sueños, era apenas un páramo urbano de realidad. Pero los soñadores entornamos lo ojos y proyectamos nuestras películas en el firmamento.