Thursday, August 07, 2008

Florecen de nuevo la rosaleda del Real y el recuerdo del rosalista Ferrer


Desde que los Jardines de Real formaban parte del desaparecido conjunto palaciego que habitaron reyes y virreyes en pasados y gloriosos tiempos regnícolas, siempre han estado adornados por rosers i mosquetes, como así lo acreditan documentos del Palacio Real escritos en tiempos de la Valencia renacentista, en los años de la renovación estilística que impregnó los jardines reales de barroquismo versallesco y en los días aires modernistas del primer tercio del siglo XX. Efectivamente, siempre, decorando puntos o escenas, escalando muros, jambas y dinteles, acogedores con su sombra en pérgolas y emparrados, o aislados, unas veces en macizos y otras en composiciones de dimensión varia -desde pequeñas glorietas a la gran y monumental rosaleda-, siempre han crecido y florecido los rosales en los Jardines del Real.
Algunos de mis colegas de generación que frisan la sesentena y mis mayores recuerdan sus pasos infantiles en las mañanas domingueras bajo la cubierta curva del umbráculo y la rosaleda de los Jardines de Real, que ya llevaban unos años malrecibiendo el espúreo nombre de "Jardín de los Viveros". La rosaleda estallaba en flor para mayo, sus arcadas metálicas sustentaban las antañonas variedades de rosal de flor profusa y pequeño tamaño -aquellas que nuestros padres y abuelos llamaban "de pitiminí" y que venían adornando los muros de las viejas casonas- y sus macizos regalaban cromatismos inolvidables y unos aromas que, relegados por los modernos genetistas, sólo ya existen en las remembranzas de las gentes de mi tiempo.
El espectáculo primaveral de la rosaleda florida tenía un bello y tardío reflejo -sorprendente por desconocido o no esperado para muchos, mayormente foráneos y desconocedores de las habilidades de primor del labrador de nuestra tierra-, al producirse una refloración en el último tercio del verano merced al virtuosismo de los jardineros valencianos que conocían con confianza de viejo amigo el comportamiento de aquellas variedades clásicas y, mediante una poda diestra y el sabio manejo del clima, suelo y riego, eran capaces de inducir dos floraciones en una misma temporada.
Décadas más tarde, la celebración de Iberflora en los Jardines del Real fue el estímulo que daría lugar a una gran ampliación de la superficie ajardinada de este histórico parque siguiendo un planteamiento de diseño más actual. El Ayuntamiento de Valencia tenía previsto construir una rosaleda en la zona junto a la cual se instalaría el conjunto de stands y jardines de exposición que constituirían el certamen ferial y, efectivamente, en los planos que presentó el comité ejecutivo de la naciente Iberflora, presidido por Francisco Domingo Ibáñez, figuraba formando una unidad el conjunto de stands y la nueva rosaleda, diseñada con forma circular y paseos radiales.
En aquella primera edición del certamen en 1972 sus directivos acordaron colaborar con el Ayuntamiento de Valencia en la construcción de la nueva rosaleda, lo que se materializó con la aportación de 6.000 plantas de rosal que configuraron un bello conjunto dirigido por el Jardinero Mayor Vicente Peris Sánchez bajo el sabio asesoramiento del horticultor y experto en rosales Francisco Ferrer Martí. La nueva rosaleda fue enriquecida, según proyecto del arquitecto municipal Emilio Rieta, situando en su centro una fuente monumental procedente de la plaza de la Reina, instalada con juegos acuáticos de Buigues y un amplio paseo ajardinado de acceso en el que se instaló una espectacular farola que procedía del punto de unión de las grandes vías de Marqués del Turia y Germanías. El nuevo conjunto fue inaugurado en mayo de 1973 con el nombre "Rosaleda Dr. López Rosat" siguiendo el acuerdo municipal aprobado meses antes por unanimidad en el pleno del Consistorio en homenaje al alcalde que en aquellos momentos estaba al frente de la corporación municipal valentina.
La distribución inicial de las variedades de rosal ha experimentado variaciones notables con las sucesivas plantaciones que se han llevado a cabo, dando lugar a una distribución que en los últimos años estaba falta del argumento cromático y formal que le correspondía. Finalmente, la rosaleda del Real ha recobrado su lustre gracias al espíritu de los históricos y gloriosos rosalistas valencianos, aquellos a quienes, en el siglo XV, monarcas como El Magnánimo primero y El Católico después, llamaban para dar ornato a sus palacios en las diferentes tierras de sus reinos.
El pulso de aquellos rosalistas valencianos, universales y eternos, continua latiendo en sus propias estirpes que, enraizadas en nuestra tierra, vienen enriqueciendo la jardinería valenciana hasta los días de hoy. Entre ellos brilla el recordado Francisco Ferrer Martí, Premio Magíster en la Universidad Politécnica de Valencia, uno de los más acreditados expertos y divulgadores de Europa en las materias que rodean al rosal y a la rosa en el siglo XX, cuya sabia savia, a través de su hija Matilde -bella, creadora de variedades, amante de la rosa y generosa con quien se acerca al rosal- y la ingeniera Mercedes Domínguez, ya brillante en mi aula del Alma Mater en años más mozos, han sabido materializar en las últimas semanas una espléndida y nueva composición para la rosaleda, con un renovado argumento de cromatismos, formas, volúmenes y texturas que envía al observador y al paseante un claro, coherente y didáctico mensaje estético, lo cual es mérito indudable del Ayuntamiento -génesis de la intervención- y de la empresa que se ocupa de los jardines valentinos desde el antiguo cauce hacia el norte y que ha hecho un espléndido trabajo constructivo y agronómico.
Prémiese el amable lector, en el atardecer de esos días en que la brisa preñada de aromas de nuestro mar dulcifica y transforma en un beso primaveral los rigores de la canícula, con un paseo por la renovada rosaleda, con miríadas de flores en pleno estío, sobre rosales que hubieran tenido una plantación más amable en su debido tiempo y sazón, que no es ahora, sino en momentos del año en que el rosal descansa. Por ello, querido colega de la edad de plenitud, ve a la rosaleda y saluda a esas flores, hijas de aquellas que conociste tomado de la mano de tu madre o de la tata, o al galope de tu propia dinámica de niño, y goza de la eterna gracia de nuestros jardineros, de los que uno de los más grandes, Francisco Ferrer, -para quien desde la cátedra y el sector profesional se va a pedir le sea dedicada una calle de la ciudad de Valencia donde reinen la flor y el árbol- ha dejado su postrer mensaje en el que nos pide acariciemos nuestras vidas con el aterciopelado tacto de la contemplación de una rosa.

*Profesor de Paisajismo y Jardinería de la Universidad Politécnica de Valencia.

(Levante 06/08/08)

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